¿Por qué no me dejas en paz? No quiero jugar, ser tu puto as.
Ya te divertiste lo suficiente. ¿Llamarás? Quizás.
Te creíste que siempre estaría aquí para ti.
Pero esto se acabó.
Dejo de pasar páginas y cierro este estúpido libro del azar.
Ahora tú, ahora yo. ¿No es así como se ha de jugar?
>¿Porqué no dejar que el mundo nos arrastre? Dejarnos llevar por la marea, la brisa. ¿No lo disfrutarías?
>Las olas dulces, meciéndote con suavidad... una ligera brisa acariciando mi cara. Felicidad.
>¿No sería genial? Pura felicidad.
>No. No lo sería. Cuando menos te lo esperases una de esas suaves olas se revelaría y te hundiría hasta lo más profundo de su mar. Y la brisa, ¡oh, la delicada brisa!, en viento huracanado se convertiría, destruyendo todo a su paso, dejándote sola... sola.
>Ya no me gustan las olas y el viento. Ahora prefiero una roca, sólida, estable e imperturbable. Que siempre este para mi.
>Elegante roca. Eso deberíamos desear. Pero, ¿cómo hacerlo con el mar y la brisa tentándonos? Somos débiles ante la naturaleza bipolar.